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lunes, agosto 11, 2025

En la sala de espera 

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Por: Norber Bustos Ramos

Ves cómo pasan los años, desfilando uno a uno, mientras tú sientes que sigues ahí, en la sala de espera. No quieres verte como envidioso; te alegras con quienes caminaron contigo y ahora disfrutan de buenos tiempos. Pero en silencio, te preguntas por qué a ti te ha tocado un turno tan inciertamente largo.

Tal vez tu espera se acumula en la soledad, o tal vez pasa mientras te dices a ti mismo:

Un fracaso más. Un intento más que no se da.

Otro año en el mismo lugar.

Otro intento de amor que no se da.

Otra prueba que sale negativa.

Otro diagnóstico que empeora.

Otra, otra, otra.

La sala de espera se vuelve más fría con los años, y las preguntas de quienes cuestionan tu estado pueden volverse como dardos que te atraviesan y llegan hasta el corazón de tu identidad y tu propósito.

«¿Y por qué no has…?»

Preguntan como si tuvieras una respuesta, que no tu mismo conoces. Dios parece guardar silencio, o al menos en ese aspecto que tanto te inquieta. No hay  explicación, no hay razón de hasta cuándo o para qué.Todos dicen que tengas fe, que ores con intensidad, pero has llegado a dudar, no de que Él pueda hacerlo, sino de que quiera hacerlo.

Esos momentos confrontan nuestra madurez y llegan a sacudir los cimientos de nuestra fe.Para ti, que has sentido un tiempo prolongado en la dura silla de la sala de espera de la vida: “Los que esperan en el Señor, tendrán nuevas fuerzas.”

Estoy seguro de que has escuchado muchas veces esto, pero presta atención. Hay una promesa para aquellos que esperan, y la promesa no es directamente que recibirán lo que esperan, sino que tendrán nuevas fuerzas. Y las fuerzas pueden venir tanto para recibir lo que se ha esperado, como para seguir esperando.

Eso puede parecer trágico, hasta que entendemos lo que implica lo segundo: “en el Señor”. No es una espera en la incertidumbre de no saber si llegará o no, es descansar en aquello que tenemos seguro para siempre: Dios mismo, su carácter, su plenitud.

Si logramos ver de esa manera, podremos decir como el salmista:

Salmos 73:25-26 PDT

[25] ¿A quién tengo yo en el cielo sino a ti? Si estoy contigo, no quiero nada más en la tierra.

[26] Puede que mi mente y mi cuerpo se destruyan, pero tengo a Dios, que es la roca que amo; Él es todo lo que necesito en mi vida.

Con los años he aprendido que una de las mejores formas de lidiar con el miedo a no recibir lo que esperamos no es evitar pensarlo, sino enfrentarlo de frente. Preguntarnos con sinceridad: ¿Qué pasaría si…? ¿Si no lo logro? ¿Si no recibo eso que tanto he anhelado? Porque al confrontar la posibilidad de nunca obtenerlo, nos acercamos a verdades eternas. Una de ellas es esta: “Dios nunca dejará de amarme”. Y entonces, esa verdad se arraiga en el corazón, y frente a la pregunta “¿Qué pasaría si…?”, la respuesta es clara: eso no cambia su amor.

Hay muchas cosas en mi vida que son inciertas pero «Él es la roca y mi porción para siempre». De su carácter y su gracia se desprenden todas las virtudes que necesitamos para estar en paz ante el temor del futuro.

No te diré que es fácil. Habrá momentos en los que la espera se sentirá larga y agotadora. Pero vale la pena esperar, no solo por lo que recibiremos, sino por lo que ya hemos recibido. En Él.

No intentes apresurar las cosas a tu manera, porque eso nunca termina bien. Desde el corazón, te repito algo que quizá ya has escuchado:

Espera en Él. Que tu respuesta no haya llegado no significa que Dios esté lejos. Si logras ver con los ojos de la fe, te darás cuenta de que Él siempre ha estado ahí, contigo, sentado a tu lado en la dura silla, compartiendo contigo el peso de la espera.

Porque si hay alguien que sabe de esperar por lo que se ama, Es Jesús.

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