Por: Norber Bustos Ramos
Cuánta razón, y es que amar ciertamente implica rodearse de alguna manera con cerrojos de sacrificio, exclusividad, continua fidelidad y paciencia, Pero todo ello libre y voluntariamente. Sin voluntad no hay amor, solo posesión porque como dijo Sartre, si someto al otro, «se vuelve objeto, y de un objeto no puedo recibir amor.»
Para amar y ser amado verdaderamente, la puerta debe estar abierta, de manera que permanecemos allí porque así lo decidimos.
Tal vez pensar en barrotes y jaulas no sea tan agradable de escuchar cuando nuestros oídos han crecido con la romantización del concepto de amor, así como la sensación de una perpetuación obligada del enamoramiento. Pero amar siempre implicará vulnerabilidad y una dosis perpetua de abnegación, aunque nunca de destrucción. Porque el amor verdadero conlleva sufrimiento Pero no destrucción.
En esa casi utópica permanencia voluntaria, con el tiempo, el amor puede convertir a La jaula en cueva, a la cueva en refugio, al refugio en casa y la casa en palacio. La rapidez y fuerza con la que los barrotes de la jaula se van transformando depende de ambos, cuando solo uno construye podrá permanecer durante algún tiempo con fuerzas, pero al final se agotará, desistirá o simplemente permanecerá porque no tiene otro lugar más que la fría jaula.
No obstante que bueno llegar al final de este tramo de la vida, y saber que hicimos amena mutuamente nuestra existencia. Que amamos con tal determinación que resonó en la eternidad haber aprendido bien de aquel que por amor esperó, sufrió, y permaneció no en una jaula sino en una cruz.