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Perdido dentro de casa

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Por: Norber Bustos Ramos

Todos hemos escuchado alguna vez la maravillosa parábola del hijo Pródigo, aquella historia que contó Jesús en la que el hijo menor de dos hermanos le dice a su padre que le entregue la parte de su herencia. El padre accede, y aquel hijo menor se va de casa y derrocha el dinero en una vida de desenfreno. Cuando el dinero se le acaba y una gran hambruna llega a la tierra, aquel hijo comienza a padecer gran necesidad por lo que debe ir a apacentar cerdos y allí hasta desea comer de las algarrobas que los cerdos comen. En un momento, vuelve en sí y piensa regresar a la casa de su padre para que lo reciba ya no como hijo, sino como un jornalero. Cuando llega a casa el padre lo ve a lo lejos y lo recibe con un abrazo y un beso y manda a preparar una gran fiesta.

Muchos libros, predicaciones y conversaciones se han desarrollado basados en esta historia, pero creo que hay una parte que ha sido mayormente ignorada. Si bien, la historia pudo haber terminado allí con un inicio, nudo y bellísimo desenlace; Jesús nos cuenta una especie de escena post-créditos” porque mientras la fiesta se desarrollaba en casa con toda la euforia y generosidad, el hijo mayor que estaba trabajando en el campo, escuchó la algarabía de la música y el baile, y preguntó a los sirvientes qué sucedía, los sirvientes le cuentan del regreso de su hermano, por lo que este se enoja y no quiere entrar a casa. Al darse cuenta, su padre sale y le suplica que entre, pero él responde:

“He trabajado para ti desde hace muchos años, y nunca te he desobedecido; pero a mí jamás me has dado siquiera un cabrito para que haga una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que vuelve ese hijo tuyo, después de malgastar todo tu dinero con prostitutas, matas para él el ternero más gordo!” (Lc. 15:29-30)

Me llama mucho la atención, el hecho de que Jesús haya extendido la historia para hablar de los sentimientos y la experiencia de aquel hermano mayor. Por muchos años yo leía la historia y me conmovía la misericordia del padre con el hijo menor, (el pródigo). Hasta que un día entendí que el único hijo perdido no era aquel hijo menor que se había marchado de casa, sino que aquel hermano también era un hijo perdido habitando las paredes de la casa del Padre.

Aunque había vivido y trabajado todos esos años para ayudar a sostener la granja de su padre, la escena final nos permite notar que, aunque exteriormente siempre había estado dentro de casa, en el interior de su corazón se había sentido lejos, había sentido que su padre no valoraba lo que el hacía y que tampoco recibía una justa recompensa; pero estos sentimientos solo salieron a la luz cuando él vio la desbordante manera en que fue recibido el hijo menor.

Creo que en nuestras iglesias abundan estos hijos perdidos, me refiero a esos que han crecido en una familia cristiana o que ingresaron a la fe desde muy temprana edad. Los que han estado siempre en casa del padre, pero en algún momento, pese a estar en la casa de Dios se han sentido lejos de Dios. Quienes tal vez nunca se han ido literalmente lejos a “derrochar el dinero de la herencia”, pero se han sentido vacíos y han sentido su corazón confundido en lugar el donde se supone que las personas encuentran respuestas.

A decir verdad, en algún momento yo me sentí como un hijo perdido dentro de casa. Creo que en mi vida han sido muy pocas las veces que he faltado un domingo a la iglesia, crecí entre ayunos y vigilias, estudios bíblicos y madrugadas de oración, además de una inserción pronta al servicio en la iglesia. Pasé todas las “escuelas de discipulado” y me prepararon para animarme a involucrarme en el ministerio de alabanza. Por esto de alguna manera, me siento muy identificado con las palabras de aquel hijo mayor: “He trabajado para ti desde hace muchos años” .

Pero todos los que crecemos en la iglesia con una vida o familia aparentemente ejemplar, también llegamos a sentirnos lejos, también pasamos por noches oscuras. Y para muchos podría parecer absurdo que alguien que siempre ha escuchado acerca de la gracia de Jesús de manera tan cercana, llegue a un momento en el que no pueda ver lo que tiene en frente y no entienda lo que se la explicado durante años. Pero sí sucede. Y no por desconocimiento, es decir no porque no se sepa las historias del amor de Dios y el mensaje del evangelio, sino por muchos factores que lo convierten a uno en perdido dentro de casa.

Y creo que uno de esos factores es la ausencia de gracia en las iglesias. Es paradójico que muchas veces no hay gracia, en la casa de la gracia. Es decir el lugar donde se supone debe transmitirse la misericordia de Dios para las personas por medio del evangelio, a veces parece que se queda sin misericordia. ¿Cómo es esto posible? Porque gran parte de la iglesia es altamente receptiva a los testimonios de cómo el evangelio puede cambiar a alguien viene de tener una vida desenfrenada en vicios, inmoralidades, etc.; hay alegría por como el evangelio puede cambiar y transformar a personas evidentemente malas y como Dios puede perdonar a quien estaba muy perdido y empieza a venir a la casa del Padre; pero a veces la iglesia puede ser bastante dura con aquel que siempre ha estado dentro de casa. Muchos podrían argumentar. ¡Claro! Al que más conoce más se le demanda. Pero ignoran que estar dentro del casa del padre no es lo mismo que haber experimentado su amor, y saber las historias de Jesús no es lo mismo que tener un encuentro con él.

Así, hay muchos jóvenes en las iglesias que conocen la biblia, pero desconocen al Dios de la biblia, y necesitan saborear las mieles de la misericordia de Dios. El problema es que a veces la iglesia no sabe mostrar gracia a este tipo de “hijos perdidos” porque exigen fruto del Espíritu en árboles que están muertos, o se conforman con el aparente buen testimonio de alguien, aunque no haya nacido de nuevo. Muchos padres y líderes prefieren quedarse con la apariencia de vida cristiana en sus hijos y miembros, antes que tratar con las heridas ocultas y los pecados incomodos. A veces por miedo a la crítica dentro de la misma iglesia, como si los hijos de creyentes no necesitaran conocer el evangelio de la misma manera que lo necesita aquel que nunca ha ido a una iglesia.

Así mismo, hay otros que, si bien han nacido de nuevo y son cristianos sinceros, también pasan por procesos y debilidades, como el mismo Pedro quien después de haber confesado sobrenaturalmente a Jesús como el Mesías, negó haberlo conocido y lloró amargamente. Creo que hay hijos perdidos en casa que necesitan escuchar dentro de la iglesia que la gracia también es para ellos.

Esto no significa que hagamos una apología del pecado justificando un libertinaje juvenil, porque la santidad y la piedad a la que Cristo nos llama, no son negociables, su palabra no cambia. Solo que, así como la santidad de Dios es algo tan real a lo que ninguno puede alcanzar, la misericordia de Dios es tan real que él la ha extendido para que cualquiera de nosotros pueda disfrutarla, la cruz es una fuente de perdón y reconciliación tanto para aquel que viene de una escandalosa vida de pecado, como para aquel que siempre habiendo habitado la casa del padre, también es un pecador.

Conocer que esa gracia también era para mí, fue lo que salvó mi fe. Como dije, Muchas veces he visto que la iglesia puede llegar a ser tan dura con sus propios soldados cuando caen, que pueden mostrar compasión con el que llega desde lejos pero tratar con apatía al que estando cerca por alguna razón tropieza, o porque nunca ha nacido de nuevo se aparta del andar cristiano.

Salvó mi fe, haber entendido que las palabras del Padre hacia aquel hijo mayor también eran para mí.

31 »Su padre le dijo: “Mira, querido hijo, tú siempre has estado a mi lado y todo lo que tengo es tuyo. 32 Teníamos que celebrar este día feliz. ¡Pues tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida! ¡Estaba perdido y ahora ha sido encontrado!”».

“Mira querido hijo”. Cuando aquel hijo mayor estaba enojado, la respuesta del padre fue tan misericordiosa como el recibimiento que le dio al hijo menor. Lo primero que le recuerda es que él también es hijo, aunque durante tanto tiempo se hubiese sentido solo como un trabajador.

Tú siempre has estado a mi lado”. El Padre le dio a entender que su fidelidad a lo largo de todos esos años, él no la había pasado por alto. El padre no había ignorado las extensas jornadas de trabajo, y las veces en las que aquel hijo renunció a su propia vida y comodidad para ayudarle en las labores de la granja. Así mismo, Dios no tiene en poco el trabajo de aquellos que han decidido quedarse en la casa del padre, y han renunciado a muchas cosas para obedecer a Dios y agradarle.

y todo lo que tengo es tuyo. La gracia, también era para él. Aunque había estado toda la vida viviendo dentro de casa, nunca había entendido lo que significaba ser hijo. Y que todo lo del padre también era para él. Doy gracias a Dios por esos momentos donde he podido sentir la voz del Padre diciéndome que Las riquezas de Su gracia, su perdón, su misericordia, su favor y  su evangelio también son para mí.

Solo cuando uno entiende la gravedad de su pecado, puede ver el valor de la gracia de Dios. No importa si eres alguien que vivió en el mundo apartado evidentemente, o si eres uno que siempre estuvo en casa del padre, todos necesitamos experimentar el abrazo de perdón del Dios, porque todos somos pecadores. Y es ahí, cuando puedes también gozarte por el poder de Dios que transforma y en el amor de Dios que perdona a otros. Solo Cuando tú mismo has experimentado la gracia, puedes gozarte cuando otros la encuentran.  Hay hijos perdidos que llegan con olor a cerdo, pero hay otros que huelen a la casa del padre. A ambos Jesús los busca.

Tal vez, eres uno de esos hijos perdidos dentro casa; un joven que atraviesa dudas en cuanto su fe, debilidades, tentaciones y has sentido que aunque conoces la palabra, te sientes lejos; Yo quiero decirte que el amor de Jesús expresado en la cruz, esa cruz de la que tantas veces has oído, también es para ti.

Para ti que sirves en la iglesia, el Padre no te ama por tu trabajo, te ama porque eres su hijo. No puedes hacer nada para que él te ame, y así mismo no puedes hacer nada para que él deje de amarte. La fuente del amor de Dios es su gloria misma, es su carácter. (1 Juan 4: 8) Tanto que, si un día dejaras de servir en un ministerio, y todas las piedras y dedos se levantaran contra ti para señalarte, el Padre no dejaría de amarte, y te llamaría con gracia irresistible a que vuelvas a él.

Mi fe, la fe, de este hijo perdido en casa; fue salvada al entender que la gracia era también para mí. De esa manera nuestra obediencia no es para que el nos ame, sino porque Él ya nos ha amado. Le amamos porque Él nos amó primero, y nos escogió. Le servimos, porque Jesús vino a servirnos mucho antes. Le buscamos porque mucho antes Él vino a buscarnos. Dios no quiere que permanezcamos en casa solo como trabajadores, Dios quiere que le conozcamos como Padre, y que nuestro servicio sea muestra de gratitud. 

Tanto si eres un prodigo que está evidentemente lejos, en una vida desenfrenada o si eres un hijo perdido dentro de casa, El Padre te espera con un abrazo y el regocijo de ver regresar a su hijo.

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