No existe persona que no experimente diariamente los apetitos de la carne. Esa naturaleza del ser humano es inevitable y lleva al hombre a hacer lo opuesto a la voluntad de Dios.
Esa naturaleza pecaminosa incita a los cristianos a hacer lo que no quieren, el mal. En este artículo, plantearemos los factores que permiten que la carne se eleve más que el espíritu en nuestras vidas.
El enemigo conoce esta debilidad de los seres humanos y lo convierte en el talón de aquiles, para acechar en la mente por medio de las tentaciones. En el alma se encuentran las emociones y la voluntad, que al enfrentarse con la tentación, esto produce en la mente y el corazón pensamientos que desobedecen los mandamientos.
El apóstol Pablo dijo: «Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bieb, hallo esta ley:que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me delito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Romanos 7:19-24.
La naturaleza pecaminosa también trabaja por medio de los sentidos y del cuerpo. Es así que por lo que el hombre ve, es impulsado a poner su mirada en cosas que no son de Dios (pornografía, por ejemplo). Así mismo, por medio de lo que toquen nuestras manos, pues el pecado nos insta a tocar lo que no es de nosotros. Los oídos de la misma manera toman el riesgo de escuchar chismes y temas indebidos y por ende se mancha el corazón.
Es consecuente decir que el que tiene a Cristo, tiene controlada la naturaleza de pecado en su vida, pero es necesario morir a ella todos los días.
En Galatas 2:20, el apóstol Pablo dijo: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí;y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí».
De manera que para que nuestro espíritu prevalezca sobre las tentaciones de la carne y quebrantar la naturaleza pecaminosa debemos:
- No descuidar la comunión con Dios.
- Ayunar para someter la naturaleza pecaminosa y conocer la voluntad de Dios.
- Oremos al Señor con humildad y santidad para que nuestro cuerpo sea templo del Espíritu Santo.
- Arrepentimiento y renuncia total al pecado.